La timidez y la bondad de su mirada fueron características que aprecié en esta mujer que al llegar al vacunatorio localizado en la Escuela Secundaria Básica Urbana Simón Reyes Hernández del poblado de Majagua, experimentaba satisfacción.
¡Cuántos recursos y personas en función de evitar que seamos víctimas de la pandemia! Así me comentaba mientras sus claros ojos recorrían el entorno, sin que yo pudiera imaginar los desagradables recuerdos que acudían a su mente.
No obstante decidí acompañarla hasta el cubículo donde era esperada por la sonrisa de las gentiles enfermeras que de inmediato la invitaron a tomar asiento y ya con una nueva dosis de ABDALA en su cuerpo, tuve la posibilidad de iniciar con Hilda Cala Suárez un dialogo que se extendió hasta el patio de su vivienda.
De esa forma conocí que en su niñez y primeros años de juventud en zonas limítrofes con la actual provincia de Sancti Spíritus lugar donde residía, la palabra vacuna era desconocida y las personas morían de enfermedades tan terribles como el paludismo.
Ella misma hasta después del triunfo de la Revolución no conoció lo que era ni un médico ni una enfermera, tampoco fue a la escuela porque sus tutores la obligaban a trabajar y hasta la llegada de la educación obrera y campesina no tuvo la posibilidad de coger un lápiz en su mano.
No concibe esta mujer que ya cumplió los 75 años como pueden existir personas que se pasan la vida desacreditando nuestro sistema político, antes del primero de enero de 1959 que pobre como yo contaba con hijos y nietos universitarios y con vacunas para preservar la salud y elevar las defensas.
Por eso entre flores, plantas medicinales y demás cultivos que atiende tuvo Hilda Cala Suárez, frases de agradecimiento para nuestro presidente Díaz-Canel, para los programas de la Revolución y para todos los que enfrentan sin descanso y valentía el combate contra la COVID-19.